lunes, 29 de junio de 2015




BIEN ES CIERTO






Bien es cierto
que uno se podría preparar para el desastre,
para el inminente desastre.
Pero no,
mientras éste llega
miramos escaparates
miramos el mar
miramos las bocas de riego,
miramos los mensajes de hotmail
y los sms,
miramos nuestro rostro irreconocible
en el azogue
 del espejo.
Nos permitimos darnos órdenes
decir, por ejemplo:
saca la ropa al aire para que no se apolille
o compra el pan
o pintemos la casa
o cambiemos los adoquines del patio,
o preparémonos para el viaje, 
aquí hace ya demasiado calor,
o amémonos los unos a los otros,
cosas sencillas, no creas,
cosas sin mucho fundamento.
Y cuando alguna vez nos asalta la duda,
en forma de hedor o dolor,
-costado o ingle-,
la espantamos
como a la insidiosa 
mosca del vinagre.

domingo, 28 de junio de 2015



Y SI


Se pregunta
qué es la vida sin hipótesis 

sin condiciones

sin posibilidades por explorar

sin aventuras

y la respuesta es nada

necesitamos las hipótesis

como necesitamos una tabla de salvación 
que nos auxilie
de la única
y absoluta
c
e
r
t
e
z
a







ANIVERSARIO CON LLUVIA



Relato que me publica Astorga-Redacción el 8 de marzo de 2015 en la sección Contexto Global, dedicada a la mujer, cuyo protagonista se adentra en los vericuetos de la memoria para reconciliarse con el amigo muerto. 


Al acabar de ducharse, Fidel abre la ventana para disipar el vaho del baño. Fuera llueve. Hace un año, cuando enterraron a su amigo, también llovía, llovía con temerosidad agraria y el cementerio era un campo de lodo. A pesar de la tirria que Juan le tenía a la lluvia, “Mira, Fidel, yo soy de secano”, y del incordio del agua rebotando sobre los paraguas oscuros antes de alcanzar el suelo, él había agradecido la compañía del chubasco aliándose con su dolor, mitigándolo. Aunque estaba algo alejado de la esposa y sus dos hijos, los hombres se le acercaban, le tocaban el hombro, alguno incluso llegó a  abrazarle. Él se dejaba tocar, acariciar por las palabras amables, breves y protocolarias como si fuera parte de la familia doliente, un primo muy querido, o mejor, un hermano. Antes de que sellaran la lápida se acercó a la sepultura y lanzó un clavel mientras decía: “Hay que joderse, Juan, mira que irte a morir el mismo día que naciste, y mira que hacerlo sin avisar. Solo se te ocurre a ti, cabrón, y que solo me quedas”. 

Con Juan todo era así, impredecible, posible. La muerte también. Aunque ahora que ha pasado un año de su fallecimiento, con la distancia que marca el tiempo, cree que podía haber sospechado algo de lo pasó. Sabía que Juan no estaba bien esa temporada pues días antes del accidente le había dicho mientras tomaban los vinos: “Esto no va”, y él “No digas bobadas”.  Pero lo cierto es que no tenía buena cara. 

La víspera de ir a León para recoger los resultados del neurólogo se ofreció a acompañarle. Él se había negado, “La visita al retrete para aliviar las necesidades de uno y la del médico ni con la mujer”, y al despedirse, algo más achispado que otros días y con un ligero temblor, había dicho “Cuídame los paraguas”. “Descuida, anda, vamos para casa, que mañana hay que madrugar”. Fidel estaba en el taller de Tino cuando oyó que Juan se había chocado contra el único chopo que quedaba a la entrada del pueblo. No se lo podía creer. Ese día la lluvia caía pertinaz desde primeras horas de la mañana y puede que le hubiera jugado una mala pasada, pero su amigo conocía cada palmo de la carretera, la había transitado cientos de veces. Tampoco se lo perdonó. La muerte de Juan había sido rara, como rara fue la relación que habían entablado entre ellos. 

Contempla su cuerpo desnudo en el espejo ya libre de vaho, y ve un hombre demasiado mayor. Mientras se embadurna el rostro con espuma de afeitar recuerda que Juan llegó al pueblo el año de la Transición para hacerse cargo de la farmacia. Doña Montse, la maestra, rubia, recia, algo mayor que su amigo, con un atractivo que no era fácil de ver a la primera pero que sin duda tenía, se había erigido de inmediato en su enfermera cuando Juan, al poco de llegar,  sufrió un resbalón en la acera y se fisuró la pelvis. Meses más tarde se casarían. Ambos eran de la misma clase social, pero muy distintos en carácter y aficiones. Juan hacía sus dos recorridos diarios, mediodía y tarde-noche, por las tascas del pueblo. Monserrat era de misa y comunión diarias. Nunca salían juntos. 

Juan y él, en cambio, aunque de diferente origen social, coincidían en aficiones y en forma de pensar. Él era un simple empleado de la fábrica de harinas,  mientras que Juan, además de la farmacia, tenía un patrimonio considerable. Fue en las tascas donde con un “Invita ahí” y “Ahora me toca a mí” empezaron a conversar. Con el tiempo se hicieron inseparables. No había semana que no fueran a cenar una y dos veces a los restorán de la zona. A lo largo de esos veinte años sus juergas, salpicadas de vino, humo y canciones, se fueron superponiendo una detrás de otra hasta confundirse y hacerse incalculables. Un mes de agosto, invitado por Juan, llegaron incluso a ir de vacaciones juntos. Fue el tercero en toda su vida que Fidel visitó la playa. Montse, al principio, le miraba mal, y aunque nunca tuvo una palabra malsonante, notaba entre ellos un muro invisible que desapareció cuando un fin de año Juan le convidó a cenar con su familia. Él rechazó la invitación, “No, Juan, no quiero darte problemas”, “¿Ha pasado algo?’’, “No, nada, pero mejor no“. Nunca hablaron de ello pero está seguro de que ese día Juan y Montse tuvieron unas palabras, porque a partir de entonces el muro desapareció. Fidel entraba en la casona de su amigo, antigua y señorial, abría el frigorífico, y con discreción, pero también con la libertad de saberse poseedor de un derecho a bula que le había sido concedido de forma tácita, se sacaba una cerveza acompañada de un trozo de queso o de embutido que siempre había dispuesto en un plato.  
  
Los de su clase a Juan le respetaban pero no le tragaban. Le presuponían de derechas por su origen y formación, y les salió el tiro por la culata cuando le tantearon. “Yo creo en la igualdad humana, y si hay dos, uno es para ti y otro para mí. Si lo que queréis saber es a quien voto que os quede claro que no es a los vuestros”. Generoso, la gente del pueblo muchas veces acudía a él en vez de ir al médico, y con frecuencia les dispensaba medicamentos que luego jamás cobraba.

Pero como no hubo ningún antro del contorno que no quedara sin visitar, no se pudo quitar la fama de verbenas.
No se le olvida cuando la barra americana que había a las afueras del pueblo, un chiringuito de copas, barbacoas a media tarde y fornicación, la cogieron en arriendo dos socios de ultraderecha allá por el ochenta y cinco. Unos patanes que doraban la píldora a los señoritos y gentes de su cuerda que frecuentaban el lugar, entre ellos el alcalde, y se mofaban de los infelices hombres de los pueblos aledaños que, hambrientos de sexo, iban a probar las delicias de carne joven y transoceánica.  

Un día en el radiocasete empezó a sonar el himno del Frente de Juventudes “Prietas las filas, recias, marciales nuestras escuadras van”. Juan y él se quedaron desarmados, sin saber qué hacer. 

Otro día empezó a oírse “Falangista soy, falangista hasta morir o vencer”, mientras el par de socios pichabrava, el brazo en alto, secundaba ufano la canción.

Y al tercero fue 'El cara el sol'. 

Juan y él, que habían bebido media docena de  Gin ‘Larios’ con naranja entonaron la Internacional con el puño cerrado. Los dueños apagaron la música, pero ellos, que se la sabían entera, siguieron cantando a los parias de la tierra hasta el final. Fue tal el brío que pusieron que a los otros se les acabó la bobada. Nunca más. Meses más tarde el alcalde, de Fuerza Nueva para más inri, les contaría que él mismo les había recriminado su actuación. “Eso os pasa”, dijo que les había dicho, “por meteros donde no os llaman”. 

Fidel es consciente de que de estar con otro ese día en la barra americana no hubieran salido tan boyantes, pero Juan, odiado y querido a partes iguales, fue  respetado. 

Hoy el chiringuito es un lugar abandonado y mísero en medio del secarral de tierra de campos, pero en sus mejores tiempos se asaron en la barbacoa, que todavía se puede ver en una de las paredes laterales, chorizos, churrascos, costillas y hasta algún que otro cordero. De ahí que añadida a la fama de verbenas que ya tenían, les viniera la de puteros, aunque puede jurar, por éstas, que su amigo jamás subió con ninguna de las chicas. Él sí lo hizo, con la guineana, con Esmeralda, con la Linda que llegó, no se le olvida, un cinco de enero del ochenta y ocho como un anticipo de los Reyes Magos para aplacar las duras heladas del invierno. Cada vez que se acuerda de su piel oscura, de su zaina melena adornada con una orquídea fucsia prendida en el lado izquierdo, de su cuerpo menudo y flaco, de su culo respingón y esa risa de dientes menudos y blanquísimos, le entra nostalgia. Se colgó hasta las cachas de la chica, veintisiete años más joven. Y se habría casado con ella si no hubiera sido  por su amigo, que se opuso con gran virulencia. “Ni se te ocurra”. “¿Pero por qué, si la quiero?” “Mira Fidel, la Linda es mucho pa un pueblo”. No entendía qué remilgos le entraban de pronto a Juan, él que se las daba de moderno, de progre, de liberal. “¿Y a mí qué cojones me importa la gente del pueblo?” Fue la única vez que discutieron, estuvieron una semana sin hablarse. Poco después la chica se iría con sus encantos, la orquídea fucsia y trescientas mil pesetas que él le prestó para el viaje de vuelta a su país, pese a que siempre supo que el vuelo no costaba eso ni por asomo. “Mi mamita está enferma”, le había dicho, y “Te llamo”, le había dicho, y “Te mando postales de mi tierra”, le había dicho, y “Te devuelvo en cuánto me sea posible”, le había dicho. Jamás cumplió nada de lo prometido. Hoy la imagina casada con el chico espigado de la foto que le pillo un día. Casada y seguida de una recua de ‘chiguitos’. Estaba sentada en la cama, de espaldas, y se llevó la imagen a los labios. Al verse sorprendida, dijo: “Mi primo, pobre, que lleva tres años en la cárcel por una reyerta”, pero él sabe, siempre lo supo, que a los primos no se les besa, y que las peleas, ni en el país menos desarrollado, se castigan con penas tan duras.  

 


Encima de la cama está el traje gris y la corbata granate con motitas negras que se puso hace un año. Se fija en que el bajo del pantalón está arrugado a consecuencia de la lluvia. Da igual, lo llevará así, hoy también cae de lo lindo a fin de cuentas. Mientras se viste despacio piensa en esa extraña manía que Juan sentía por la lluvia, una manía que le llevaba a tener un paraguas en el paragüero de cada bar que frecuentaban, por si acaso. “Qué perra con no mojarte, eres más raro que un perro verde”, le picaba para ver si confesaba a qué se debía su rareza, pero él no soltaba prenda e invariablemente contestaba: “Mucho peor son los que muerden esquinas, esos acaban comiéndose un pueblo”. A veces piensa que puede que Juan tampoco supiera la causa de su aversión. Fuera como fuese, se llevó el misterio a la tumba y le dejó los paraguas en herencia. Les había puesto una goma en el mango para distinguirlos y recuperarlos cuando alguno se los parroquianos del bar se lo llevaba al salir sin darse cuenta, o con alevosía, que de todo hubo en la viña del señor. Ahora reposan, todos juntos, todos negros, todos idénticos con su goma en el mango a modo de distintivo en el paragüero del portalón de su casa. 

Está seguro de que de esa estrafalaria fobia de su amigo a la lluvia, pero también al agua en general, fue la que en buena medida le llevó a unir su vida a la de Montserrat, a quien profesó una incondicional, inamovible, fidelidad. Ella le había cuidado cuando se fisuró la pelvis y lo siguió haciendo día tras día durante los veinte años que vivieron juntos. Lo sabe porque él se lo decía,  porque a pesar de su aspecto desgarbado iba siempre impoluto, y porque un día que la puerta de la calle estaba abierta entró, subió las escaleras que daban a la planta superior, llegó al salón, y a través de la puerta entornada de su alcoba vio cómo la mujer, con una esponja en la mano que empapaba en una palangana, se aplicaba con ternura sobre cada una de las partes del cuerpo tendido en la cama y desnudo de su marido. Turbado, abandonó la casa sin ser visto, pero durante mucho tiempo no se pudo quitar la imagen de la mujer vestida con una finísima bata de flores amarillas y fucsias que subían y bajaban con su rítmico movimiento de  manos.   

Ese día entendió que el placer que él buscaba en las mujeres de la vida Juan lo tenía en casa, encerrado con veinte llaves, y no se acababa. 

Tras ajustarse el nudo de la corbata y comprobar que su aspecto es aceptable mira el reloj. Son las nueve. La hora que había dicho en el restorán. Coge uno de los paraguas del paragüero y en medio de una fina y persistente lluvia camina con parsimonia hacia el lugar. Cuando llega está solo. No le sorprende, tratándose de un pueblo y de un diario.  

Chonina, la encargada de servir las mesas, le saluda.

-Buenas noches, Fidel, ya tiene preparado su rincón.  

Él devuelve el saludo y se dirige a la única mesa dispuesta para dos comensales y cubierta con un mantel azul cielo que hay al lado de la chimenea. Un par de troncos arden en la base con fuerza. Se sienta, por un momento le parece ver a su amigo de frente, mirándole con sorna, sonriéndole. 

 -¿Le pongo un vino mientras?

-Puede servir ya la cena si quiere, no va a venir nadie. 

-Ah, yo entendí…  -dice la mujer algo turbada-, entonces retiro un plato.

-Entendiste bien, no te apures, y sirve los langostinos y el lechazo como te pedí, exactamente como te pedí. ¡Tengo un hambre! 

La mujer se retira y Fidel echa vino en dos copas. Coge la suya, la remueve ligeramente, la choca contra la copa que tiene enfrente. “Salud”, brinda.

Luego añade en un susurro:
-Un año ya, cabrón, mira que irte a morir el mismo día que naciste, esto no se le hace a un amigo, ésta no te la paso.
 
Pero mientras bebe y el vino le reconforta el paladar y le calienta por dentro siente que ya lo ha hecho, que ya le ha perdonado. 

 

lunes, 15 de junio de 2015



NADIE






Tras pensarlo mucho finalmente se decidió. Lo suyo, estaba convencida, había sido una separación amistosa y le parecía natural, a pesar de que hacía tres meses que no hablaban, llamarle para felicitarle por su cuarenta y siete cumpleaños. 
Marcó su número de teléfono. Al oír al otro lado la voz de Él diciendo "diga", Ella dijo "Felicidades". "Gracias", dijo Él. Quedaron en silencio. Luego oyó el sonido de cubiertos chocando contra el plato y una voz de mujer que preguntaba "¿Quién es?" "Nadie", oyó que contestaba Él. Entonces recordó que un año atrás sonó el teléfono mientras cortaba la tarta de chocolate que había elaborado con esmero. Sin darle tiempo a reaccionar ("lo cojo yo"), Él se había levantado de súbito de la mesa. Esperó su vuelta mirando fijamente el corte oblicuo que había hecho a su mensaje de nata (“Feliz día, amor”) y lo siguió mirando cuando al volver a la mesa y preguntar quien llamaba Él le había dicho "Nadie, no es Nadie".


Microrrelato de la serie "Mujeres".

CÓMPLICES







Tras una encarnizada discusión decidieron "ni para tí ni para mí". Y una noche, mientras una le entretenía, la otra le infligía un corte certero en la yugular. Metieron su cuerpo en la bañera, lo rociaron con sosa cáustica y, protegidas por gruesos delantales y guantes de amianto, volcaron sobre el cadáver agua hirviendo. Seguidamente removieron hasta no dejar ni rastro. La investigación policial que se llevó a cabo las señaló como sospechosas, hubo varios interrogatorios y hasta un careo, pero la falta de pruebas y su absoluta reserva las exculparon del proceso judicial abierto. Con los años el caso fue archivado. Hoy, convertidas en dos ancianas entrañables, se han hecho grandes amigas. Muchas tardes juegan a la brisca y todos los meses de abril se van de vacaciones a la Costa Azul. Cuando alguna vez recuerdan al hombre lo hacen con desprecio. Para ellas no es más que "aquel estúpido aprendiz de Casanova que quiso jugar a dos bandas".

Sol Gómez Arteaga. 200 microrrelatos de novela negra. Editorial argerust. Año 2012.







Mirmecofobia





Experto en arte, al inspector Chamorro le desagradaba profundamente mostrarle a su escultora favorita la fotografía del cadáver sin cabeza hallado en el descampado. Y más en su estudio, rodeado de su ingente obra. Pero E. Ponte había denunciado hacía unos días la desaparición de su esposo, un atractivo efebo al que la prensa rosa atribuía las más variadas infidelidades. Al mostrarle la foto, la mujer apartó horrorizada la vista y ahogó el vómito, balbuciendo un "no, no le conozco". Algo turbado, el inspector se dispuso a abandonar el estudio. Pero al salir las vio. Una hilera de hormigas negras correteando por la base del busto de escayola que la diva acababa de erigir en homenaje a su marido. El espanto pintado en su rostro, hizo que la mujer le advirtiera súbitamente de la plaga de hormigas de ese año. Esa mentira que hubiera pasado inadvertida para cualquiera al inspector le puso tras la pista. No en vano padecía mirmecofobia. 

Sol Gómez Arteaga
Finalista 200 microrrelatos de novela negra. Editorial Artgerust.

viernes, 5 de junio de 2015

Todos los nombres




Dice un viejo adagio que lo que no se nombra no existe, y ellos existieron, tenían nombre y apellidos, y edad, y una familia y un proyecto de vida y de felicidad que les fue truncada.
Son 77 nombres, 77 razones, 77 certezas, 77 biografías que afloran a la luz, 77 memorias, 77 dignidades, 77 sueños frustrados, 77 evidencias, 77 pequeñas historias que una a una, y sumadas, hacen la historia con mayúsculas, esa que todavía no se estudia en los libros de texto, pero que un día se estudiará.
Son 77 afanes, 77 voces, 77 miradas, 77 anhelos, 77 existencias, y algunas más, de las que solo conocemos un nombre, Laureano…, o un apodo, “Sabas”, “Mausa”…, que se añadirán en el hueco del Panteón reservado a su ausencia, si algún día se consiguen averiguar más datos.
Todo lo que tiene nombre existe. La creación es obra de la palabra, del verbo, y para que ellos, nuestros seres queridos, represaliados republicanos de la Guerra Civil en Valderas  existan, les vamos a nombrar.




Albano Alonso Fernández, 39 años, casado, con hijos, trasladado a la prisión de Astorga. Nunca se volvió a saber de él.    
Teodomiro Alonso Rojo, 22 años, pertenecía a las Juventudes Socialistas Unificadas de Valderas, desaparece los primeros días de la entrada de las tropas fascistas en el pueblo.  



Florentino Álvarez García, 20 años, presidente de la Casa del Pueblo, Remigio Callejo Carrera, 24 años, anarquista y pareja de Gregoria Robles Fernández, “la lanas”, que estando en prisión daría a luz a un hijo al que llamaría como a su padre, Andrés Carbajo Marcos, 41 años, concejal, Manuel Fernández García, 23 años, comunista, Eugenio Gallego Rodríguez, 27 años, dirigente anarquista, presidente tres años de la Casa del Pueblo, Fortunato García del Río, 31 años, soldado, José López Cabo, 39 años, primer teniente alcalde, Uvaldo Modino Alonso, 30 años, anarquista, Francisco Modino Coto, 31 años, concejal, vicepresidente de Izquierda Republicana, Doroteo Toral Martínez, 28 años, concejal y secretario de Izquierda Republicana, sería torturado y mutilado en San Marcos, Martín Velado García, 41 años, esquilador y último alcalde republicano de Valderas.
Los 11 hombres fueron sometidos a Consejo de Guerra el 15 de noviembre de 1936 por la Causa general de Valderas y condenados a la pena máxima. Son fusilados en 27 de noviembre de 1936 a las 7´00 de la mañana.
Todavía las madres del Campo de tiro de Puente Castro gritan gritos azules.
                                     


Falconerín Blanco Fernández, 44 años, sastre, casado y padre de siete hijos, la más pequeña no había nacido cuando Falconerín fallece tras cruentas torturas en la cárcel de San Marcos el 27 de julio de 1936. Propició importantes mejoras entre la clase trabajadora de Valderas como solicitar el arriendo colectivo de la Salgada, y el terreno llamado barrial donde se construyó en facendera la Casa del Pueblo, de la que fue presidente.
Manuel Cambero Rodríguez, 16 años, soltero, desaparecido, era poco más que un niño, ¿qué culpa puede tener un niño?
                                 


Víctor Carpintero Carpintero, 36 años, casado, agricultor, padre de cinco hijos, denunciado por su cuñado por una disputa de tierras. Fusilado la fría madrugada de 18 de enero de 1937 en el campo de tiro de Puente Castro. La víspera, al despedirse, le regala el jersey a su hijo de 15 años.    
Ceferino Carpintero Luque, 36 años, casado, vivía en León, empleado de ferrocarril, fusilado por causa judicial el 3 de marzo del 38.
                                 


Saber, querer saber, fue el delito que cometieron Teófilo Álvarez García, 25 años, casado, comunista, José Gómez Chamorro, 34 años, casado, padre de tres hijos, Germelino de Lera Caballero, 23 años, soltero, dependiente de comercio, Vicente Rodríguez González, 31 años, soltero, comunista, Pacífico Villar Pastor, 25 años, soltero, conocidos en la historia de Valderas como los cinco de trasderrey. Estando presos en el cuartel de Santocildes de Astorga escriben una carta-clave que querían sacar al exterior para tener noticias sobre los avances de la guerra. La carta fue incautada y ellos procesados. Ejecutados en las inmediaciones del cementerio de Astorga el día 9 de octubre de 1936. Los disparos se oyen a las seis y diez de la mañana en la pequeña y atemorizada ciudad maragata. 
                                  



Luis de Prada Macía, 29 años, vivía en León, repartidor de telégrafos, ejecutado el 29 de septiembre del 41.
Fermín del Amo García, 33 años, casado, jornalero, trasladado al Fuerte de San Cristóbal, donde muere el 22 de mayo del 38 en lo que se ha llamado la gran fuga de las cárceles franquistas.
Aureliano del Amo García, 31 años, casado, padre de tres hijos, jornalero, desaparecido los primeros días de la entrada de las tropas fascistas al pueblo, hay quien dijo que le cogieron por equivocación. ¿De verdad alguien puede creer eso de que “algo harían para matarlos”?
                                         


Esteban del Campo García, 46 años, casado, jornalero, falleció en Astorga el 18 de febrero de 1937. También matan a su hijo, de nombre Cayetano del Campo Gallego.
Sandalio del Río González, 45 años, casado, desaparecido. Su  hijo, Casimiro del Río Salagre, de 20 años y soltero, desaparece el 17 de diciembre de 1936, tras ser puesto en libertad en San Marcos. Le detienen falangistas de Valderas que vivían en León, le hacen desaparecer.
Honorato Fernández García, 16 años, soltero, jornalero, paseado. El monte de Estébanez de la Calzada, a pocos km. de la prisión de Astorga,  es un campo de fosas.   
                                   


Julián Rodríguez Sastre, 28 años de edad, jornalero, soltero.
Dionisio García Ugidos, 27 años, apodado “paramés” por ser natural de Santa María del Páramo, jornalero, casado, tres hijos.
Ángel Castaño Vega, 15 años, soltero, jornalero.
Los tres iban de retirada después de trabajar duramente segando en la Salgada cuando de mano de falangistas del pueblo encontraron la muerte el cuatro de septiembre de 1936.
Los que tenían vara alta para matar dirían que ese día habían cazado dos conejos y un gazapo. El mundo, preso de una extraña locura, se había vuelto del revés.
                                  


Pedro Fernández García, 29 años de edad, casado, desaparecido.
Elías Fernández Vega, asesinado en Astorga el 31 de diciembre de 1936.
Tomás Fonseca Gago, 50 años, casado, estando preso en el cuartel de Santocildes de Astorga con su hijo, Tomás Fonseca Martín, llaman a este último.  Sale él en su lugar en uno de los episodios más generosos de un padre hacia un hijo.
Jesús Gaspar Fuentes Centeno, asesinado el 4 de octubre del 36 en la Virgen del Camino.
                                  


Francisco Fuertes Pastor, 41 años, casado, padre de seis hijos, ferroviario, su mujer le preparaba la comida que llevaba al trabajo y siempre dejaba un trozo que sus hijos recibían como un regalo. Cuando desaparece en Astorga sus hijos ya no esperan más.
Emerenciano Gallego Rodríguez, 28 años, soltero, tras torturas en el campo de concentración de San Marcos su corazón se para el 13 de agosto de 1936, a las 22,00 horas según reza en certificado oficial.
Quintín García Alonso, 18 años, paseado en el pueblo los primeros días de la entrada de las tropas rebeldes, fuentes orales cuentan que le hicieron comer sus excrementos.
Eusebio García del Río, 42 años, soltero, jornalero, enfermo en el fuerte de San Cristóbal donde estaba preso vino a morir a casa, falleciendo el 19 de agosto de 1942.
 Julio García Fernández, 21 años, muerto el 22 de mayo de 1938 en la fuga del fuerte de San Cristóbal.
                       
                                

Mariano García Vecino, 21 años, Avelino Venayas Ortega, 25 años, jornalero, y Norberto Soto Herrero, 27 años, jornalero, perteneciente a Izquierda Republicana serían procesados por defender la legalidad republicana a la entrada de las tropas fascistas. Fusilados en Puente Castro por causa judicial el 26 de abril del 37. / Ah, de aquellos juicios sumarísimos.
Jesús García López, 30 años, Presidente de las Juventudes Socialistas Unificadas de Valderas, asesinado a las 21,30 horas el 16 de julio de 1936 en San Marcos.  
Lot González Alonso, mayor de edad, casado, jornalero, desaparecido en Astorga el 26 de enero de 1937.
Cayetano González García, 21 años, fusilado en San Marcos el 25 de octubre de 1936.                          
                                


Celestino González Vaquero, picaba piedra cuando le detienen en el pueblo.  Fue desmembrado.
Porfirio Guzmán Primo, 45 años, casado, tratante de caballerías, fusilado en Astorga el 2 de febrero del 38.
Santiago Huelmo Velado, 55 años, vivía en la Bañeza, jornalero, casado, padre de tres hijos, fusilado.
Bernardino López Cabo, 24 años, casado, padre de dos hijos, desaparecido/asesinado el 25 de enero de 1937 en Cabreros del Rio.
Felipe López Merino, 29 años, vivía en Ponferrada, fusilado el 1 de diciembre de 1936.
                                

55 años, casado, comunista, regentaba un kiosco de prensa, alcalde de Valderas. Propició importantes mejoras para una clase trabajadora que vivía en unas condiciones casi insoportables. Asesinado en San Marcos el 15 de agosto de 1936 en una de las muertes más primitivas y salvajes que existen. Se llamaba Victoriano López Rubio. Al asesinar a las personas quisieron asesinar las ideas. Eso, claro, no es posible.
                                


Amando Modino Rueda, 19 años, soltero, sastre, fue exhumado en una fosa en  Ezcaba el 24 de marzo del 42.
Simón Modino Coto, 37 años, casado, cuatro hijos, tocaba en la banda de música del pueblo, desaparecido el 14 de octubre de 1936.
 Daniel Ortega Vaquero, 26 años, detenido, trasladado a Astorga, asesinado. Su hermana Daniela Ortega Vaquero desaparece los primeros días de entrada de las tropas rebeldes en el pueblo en el trayecto de Valderas a Medina de Rioseco.
Fausto Pastor Fernández, 41 años, casado, padre de 3 hijos, el menor de ellos no había nacido cuando le matan en Astorga  a finales de ese aciago año de 1936.
                                


Ciriaco Pastrana Martínez, casado, padre de Ángel Pastrana Guzmán y de Ciriaco Pastrana Guzmán. Cuando los falangistas van a buscarle él apela a la Virgen del Socorro y le sueltan. Quince días después le vuelven a sacar. Ya no tienen miramientos. También matan a los hijos.                              
Julián Pérez García, 17 años, soltero, paseado, hermano de Laureano Pérez García, 26 años, casado, de profesión hojalatero, muerto en la fuga Fuerte.
                                   


Luis Pérez Luengos, 55 años, vivía en León, casado, padre de 4 hijos, siendo chófer de un industrial es acusado de rechazar una orden del Gobierno Civil. Ingresa en San Marcos. Es paseado el 10 de agosto de 1936 en Campo del Fresno.
Ceferino Prieto Burón, 19 años, jornalero, desaparecido.
                                 


Bernardo Rabanos Garzo, 18 años, muere en casa a consecuencia de una afección pulmonar tras salir de prisión.  
Restituto Rando Montaña, 35 años, paseado.
José Rodríguez Parra, 27 años, vivía en León donde es ejecutado por causa judicial.
Isidoro Rueda Carpintero, 22 años, ejecutado el 2 de febrero del 38.
                        



Gregorio Ruíz García, soltero, alcalde socialista desde el 28 de agosto de 1933 hasta el 16 de septiembre de 1933, en que sufre un atentado falleciendo a consecuencia del mismo el 31 de octubre en un sanatorio de León. Es enterrado en Valderas con mucho dolor y asistencia de gente. Su asesinato quedará impune.
                          


Lorenzo Sutil Hernández, 55 años, muere por enfermedad el 26 de noviembre de 1937 en el Fuerte de San Cristóbal.
Tomás Toral Casado, 36 años, casado, tuvo un hijo que nacería tras su muerte,  maestro de Villaornate, daba clase cuando le detienen por segunda vez. Le asesinan en Villadangos del Páramo el 17 de octubre 1936. Entre algunas de sus actividades está la creación de una biblioteca escolar, con libros tan fundamentales como “La Ilíada”. También quisieron asesinar la cultura.                                                  
                               

Fructuoso Valverde Santos, 51 años, perteneciente a izquierda republicana, le torturan haciéndole pisar cristales, muere de gangrena senil el 3 de octubre de 1936.
Julián Vaquero Vallinas, 29 años, labrador, casado, dos hijos, desaparecido.
Julio Vega Bartolomé, 31 años, casado, una hija, jefe de las guardias rojas, desaparecido.
Manuel Velado Alonso, 21 años, soltero, jornalero, muere en la fuga del Fuerte. Un preso más que puebla Ezcaba de hondo silencio.

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NOTA: Este texto fue leído por Susanna Toral y Sol Gómez el 30 de mayo de 2015 en el cementerio de Valderas (León), tras dar digna sepultura en el Panteón inaugurado ese día a los nueve restos de vecinos de la localidad exhumandos en San Justo de la Vega por la ARMH en julio de 2012.