jueves, 17 de noviembre de 2016

Horror vacui






















El agua bajo los pies
y una voz procedente 
de la copa de los árboles
invitándole a volar 
de rama en rama.
Decide quedarse muy quieta,
sabe que más pronto que tarde 
la luz llenará el vacío
de los ratos tontos, 
-esos en los que uno no sabe
si seguir o pararse-.
Y tomará las riendas
de los espacios propios, 
de las formas amadas.
Volverán los apegos 
a asirse a su tripa
como manitas de niños 
que nunca crecieron.
Y seguirá su rumbo, 
el suyo, insisto,
tal vez renovado.

martes, 15 de noviembre de 2016

Des/tiempos.


Él dice "aquí están tus cosas, creo que no se me olvida nada", pero en realidad quiere decir "no me dejes". Ella dice "habrás metido las fotos del viaje a Australia", pero en realidad quiere decir "me quedaré, si tú me lo pides". En el tramo de pasillo que va del salón a la puerta, ambos sostienen por un asa la bolsa marrón. Con un leve, casi imperceptible roce de manos, el peso de la carga pasa a ella. Abre la puerta y sale. Él la cierra.

sábado, 29 de octubre de 2016

Viaje interior


Salgo a la calle
Necesito despejarme,
No todos los días estalla el bote del desodorante en mi cara,
Ni oigo hablar con conocimiento empírico de los “tumbaos”,
Esos hombres y mujeres 
(como la desfondada Meryl Estreep de Los puentes de Madison)
Que un día decidieron
Quedarse en cama
Y no levantarse más,
O que los electroshock están indicados -ya rara vez se aplican-
Para erradicar la memoria del dolor.
Uno llega al conocimiento de las cosas cuando llega, si llega.

Mientras camino me repito mentalmente
Que rencor y culpa
No sirven para nada.
Pienso:
Todo lo que el otro dice revierte en mí a poco que (yo) reflexione,
Todo lo que digo revierte en el otro a poco que el otro reflexione,
Unos y otros vamos ajustando posiciones
De acercamiento
O de alejamiento,
Según.

Pronto será navidad,
La gente va por la calle en manga corta.
Hace un calor impropio.
Con mi abrigo me siento desnuda
Por dentro.
La palidez es el color del pensamiento en el rostro humano. Ciorán.
Después de recorrer varias tiendas y puestos
No encuentro el desodorante duplo que busco,
Sin embargo me compro un cordón negro para el cuello.

De vuelta a casa,
Un reclamo de la fiesta de Halloween
Me hace tomar conciencia de que no soy de ningún sitio,
Tampoco de la ciudad desarraigada,
Ni siquiera de mí misma.
Por un momento me pregunto ilusoria-mente 
Si alguien es de algún sitio,
La respuesta es categórica-mente afirmativa,
Hay quien se esmera,
hace méritos propios y hasta ajenos
Por pertenecer a la manada.

Compro en el super cerveza y ensalada primeros brotes,  
En el ascensor me encuentro con la vecina del sexto,
Quiere venderme un producto para mis bolsas y acné,
Está intentando concertar una cita.
Yo en cambio quiero que deje en paz mi piel, mi intimidad,
La ahuyento mansa,
-La gente está muy necesitada-,
Implacablemente.
Abro la puerta,
El auténtico vértigo, Ciorán otra vez, es la ausencia de locura.

29.10.16.

miércoles, 12 de octubre de 2016


Verano del 79


              Las tardes de aquel verano del 79 eran aburridas, interminables, más que interminables, eternas. Y es que mientras sus amigos forasteros, venidos a la ciudad en temporada de estío, disfrutaban de animados baños con aguadillas en la piscina del Coto de Campollano de su pueblo, de aventurados paseos en bici por caminos vecinales o entretenidas meriendas en la fuente Segis, él, un niño de catorce años tenía que limpiar la cuadra y ordeñar las catorce vacas de leche, catorce también eran como sus años, de su padre, cuyos nombres MORA, AMAPOLA, BONITA, PALOMA, CHULA, LUCERA, PITUSA, REINA, GOYA, DANESA, GEMA, MARAVILLA, PERLA Y REVOLTOSA, perduran en su memoria con huella indeleble. 
Una tarde recibió la visita de sus amigos forasteros, y les pareció tan novedosa y extraordinaria la actividad que se desarrollaba dentro de la cuadra, que a partir de entonces siguieron viniendo todos los días.
Lo que hasta entonces había sido para el muchacho una pesada carga, se trasmutó en juego.
Ah, y de pronto las horas le parecieron mermadas de minutos, como si un mago caprichoso se hubiera encargado de borrarlos, aquel mes de agosto que tocaba a su fin, de ese reloj imaginario y personal y subjetivo, del tiempo.


Con Miguel Angel Paramio Rodriguez, a quien pertenece esta historia que, a su vez, pertenece a aquellos maravillosos años.

jueves, 15 de septiembre de 2016



Yo, Sr. Robiralto




Yo, Sr. Robiralto, empecé en esta casa de hombre timbre, oficio humilde, es verdad, pero entonces era joven y creía que lo importante no es como se empieza sino como se acaba. Y con la esperanza de medrar soporté durante años los toques bastante sádicos que sus clientes le propinaban a mi nariz hasta dejármela como una ciruela pasa. Prisa no tenía, a decir verdad tenía una vida por delante, y pensaba que con el tiempo de hombre-timbre ascendería a botones, de botones a telefonista, de telefonista a escribiente, de escribiente a… por eso acepté el trabajo, aún sabiendo que usted era un mafioso de tomo y lomo y sus negocios más oscuros que los del color de la pez. Sí, los humanos somos así de complejos, captamos ciertos detalles de la realidad pero obviamos otros, pues lo cierto es que no solo no subí en el escalafón del servilismo, sino que descendí y además en picado, llevando a cabo las más abyectas tareas, porque en la friolera de cincuenta años, dos meses y tres días que llevo trabajando para usted, he hecho de perchero, de felpudo, de tintero, de paño del polvo, de cenicero, de mondadientes, de cuchara, de escupidera, de moquero, hasta de hombre-mesa. Sí, acuérdese del día que de una descarga de metralleta los de la banda de Escafranda partieron la mesa en dos y hubo que improvisar. No lo tome como un reproche, Sr. Robiralto, lo hice con gusto, a pesar de que me escaldé la espalda cuando ustedes, después de los disparos, tomaron el té con bergamota y pastas en señal de reconciliación. Aguanté como un león por no dejarle en feo, pero sobre todo porque le tenía una fe ciega, a pesar de que jamas tuvo una palabra, qué digo una palabra, un gesto amable conmigo, que no cuesta nada y con esa palabra suya, con ese gesto, yo me hubiera alimentado semanas y hasta meses.
En el debe de la balanza está también la envidia y admiración que despertaba en sus visitantes cuando los agasajaba con un detalle tan anacrónico como limpiarles la suela de sus zapatos. ¿Cree que no me doy cuenta de que he sido un sirviente único en mi especie? ¿Quién, sino yo, iba a aguantar las estrambóticas ordenes a las que me sometía diariamente de cinco a seis? “Piojillo, salte aquí”, y yo me llegaba a sus pies, u “oruga, arrástrese”, y yo de inmediato me arrastraba,  o “a ver, cucaracha, mueva las patitas” y yo, a cuatro patas me llegaba hasta usté y levantaba, primero una, luego otra y otra y otra, o “ahora haga de gamusino”, y subiéndome a la silla daba un salto y acababa, los brazos perfectamente estirados, de cuclillas en el suelo, pero usté, con gesto severo, no el gesto de cordero degollado de hoy, sino un gesto como de matar a siete, replicaba “¿no te he dicho tropecientas mil veces que los gamusinos no saltan sino vuelan?” y entonces movía los brazos como un cormorán, que por volar y por servirle a usté la cosa no quedara, para concluir con el mandato más retorcido y abyecto de todos, “haga de boñiga de pocilga”, y yo prrr, prrr, prrr, venga a simular pedorretas, prrr, prrr, prrrrrrr, y usted “no, así no, las quiero de verdad, que ni para boñiga me sirve ya”.



Pero sabe bien que yo, Sr. Robiralto, era un sirviente único en mi especie, por eso no debería haber buscado un sustituto a la primera de cambio. Y menos un sustituto tan inepto, inconsistente y etéreo como Narciso. Sí, joven sí es, y guaperas, todo hay que decirlo, pero la juventud y la belleza son como un soplo de aire, se van en un plis, mientras que la lealtad, la lealtad bien correspondida se entiende, perdura como roca.  
Claro que no soportar la entrada en esta casa del nuevo sirviente fue un acicate para que me espabiliara, y empezara a fijarme en ciertos detalles de su, digamos “negociado” que, hasta ese momento y por falta absoluta de interés, me habían pasado inadvertidos.
A partir de ese momento empecé a hurgar en los papeles que antes de acostarse rociaba celosamente con talco y luego encerraba bajo siete llaves, comprobando al día siguiente, era lo primero que hacía nada más levantarse, antes incluso de su ritual de gárgaras, que no había restos de huellas dactilares que denotaran intromisiones… No podía imaginar que yo, tras ponerle un coctel de orfidales en la cena, abriera y cerrara los cajones a mi antojo, tomara nota mental de sus tejemanejes, volviera a poner el talco…, así fue como me hice con fechas, nombres, apellidos, claves, direcciones, correos, datos éstos que si contara le llevarían a su hundimiento. Sí, no enarque las cejas modo sorpresa ni intente desasirse, conozco al dedillo el extraño ahogamiento en el lago Peipus del presidente del partido bananista, cada detalle del estallido de la bomba de la plataforma petrolífera del mar Báltico, o cómo se fraguó el secuestro de empresario N.J., dueño de la empresa de calzoncillos transparentes N.J.S.A, pero no le delataré, desconfío demasiado de los defensores de la ley, entre los que tiene sus mejores aliados, ni está en la naturaleza de mi profesión chivarme, si bien la razón de peso de no desvelar sus atrocidades es que considero que está usted hundido y bien hundido.
La llegada del susodicho también me sirvió de motor para hacerle ciertas pifias en las que, a medida que perdían en cardor e inocencia, iba encontrando mayor satisfacción.
¿Se acuerda de cómo sus queridas y envidiadas hortensias del parterre se iban tornando de un amarillo orín de lo más deslavado? Fui yo quien las envenenó, yo quien le cambié los espejos de sitio, le agujereé calcetines, le descosí los botones de sus camisas más flamantes, para ver como en mitad de sus saraos caían inopinadamente cual mariposas muertas al suelo. Y las voces de su cuarto que decían “voy por tí, tragaldabas, estragado, cebollodolido” también las metí yo. Ah, y el tibor de la dinastía Song, su adorno más preciado, no se quebró en mil pedazos tras la enganchada en el hall de Calipso y Tritón, como le conté. Pero no se agite, ni intente soltarse, es inútil, además el alambre lacerado como un bisturí le lastimará la piel de muñecas y tobillos.



Aunque en realidad lo que me llevó a dar el paso y dejar de ser su sirviente más entregado, servil y desvivido fue que decidiera deshacerse de mí como un mueble viejo. “Me lo quita de en medio, un tiro limpio en la frente. Luego hace desaparecer el cuerpo en el horno del pan, y lo limpia bien, detesto el sabor de los restos inservibles”. Sí, no niegue con la cabeza, eso fue lo que le dijo al inconsistente de Narciso, lo tengo grabado. Y deje de mirar hacia la puerta esperando su ayuda, ahora está de mi parte. Tampoco le auxiliarán Calipso y Triton, ayer me deshice de sus rottweiler. Me dio cierta pena, no crea, después de tantos años de vida en común, pero le puedo asegurar que mientras lamían mis manos apreciando la calidad del solomillo con que les obsequié en su última cena, esta vez un poco más adobado que de costumbre, no sufrieron lo más mínimo.
A efectos prácticos estamos usted y yo solos. ¿Sabe que se está bien repantigado en su sillón piel de vaca, los pies sobre el escritorio de caoba? Desde este lado se ve todo más nítido, como a través de una lupa de aumento. Ah, lo que no me gusta nada es esta foto de usted con el traje de comandante y esos botones dorados tan enormes. Lo arreglaremos en un pispas cortando un brazo, el tronco, la pierna derecha. Pero deje de moverse, que está poniendo el mármol rosa como un cristo.

Atardece. Es una pena que desde el suelo de la chimenea no alcance a ver los destellos morados y plomizos de este final del mes de julio con lo que le gustaban las puestas de sol. Pero, en fin… Acabemos A las nueve tengo cita con mister Z, con quien usté tenía previsto atracar el banco de la Avenida Buenos Aires. Narciso, llévalo a la frenquera y mañana me lo vuelve a traer, seguiremos departiendo más y mejor. Para cenar le da un garbanzo, una lenteja, una muela y una pipa de girasol, por este orden, y nada de agua, si tiene sed o se añusga que se aguante. Luego vuelva raudo a limpiarme el polvo de la americana mientras me canta la opera versión libre “Ooooo... ingrato mío” que tanto me gusta. 


Nota: Todos los domingos de los meses de julio y agosto de 2016, a fin de sobrellevar la calorina estival, Astorga-Redacción publicó en su sección cultural "Contexto Global" un "relato de fresquera". Esta fue mi contribución. 
La ilustración es de Nuria Cadierno. 

miércoles, 14 de septiembre de 2016



Patio 
interior


La luz se afirma 
en intestinos patios
de ciudad y agosto,
-no falta ni un minuto 
para las dos y veinticinco de la tarde-,
momento de levantar acta
de otro,
pero a la vez único,
irrepetible,
mediodía.






 Es entonces cuando alguien afirma 
que esa pared, 
la de enfrente, 
-matiza-, 
parece un pergamino,
pienso,  
tal vez lo sea,
o no,
no sé, 
por si acaso pruebo y escribo
con estas palabras u otras, 
el significado apenas varía, 
que la luz se afirma, 
se reafirma, 
reverbera, 
-¿reverbera?-
en intestinos patios 
de ciudad 
de
a
g
o
s
t
   o...


Variaciones en torno a mujer, paraguas, reloj 
de pulsera







Una mujer, un paraguas, un reloj de pulsera(I)
Cuando la mujer abrió el paraguas en la playa en la que se dieron cita hacía exactamente cuatro horas por el reloj de pulsera que él le había regalado jurándole amor eterno, ya había llorado todas las lágrimas del mundo. Es por eso que el paraguas le sirvió de sombrilla al salir el sol.

Una mujer, un paraguas, un reloj de pulsera (ll)
Cuando la mujer miró su reloj de pulsera comprobó que había diluviado durante cuarenta días y cuarenta noches. En ese tiempo permaneció de pie, con el agua cayendo sobre su cuerpo menudo, sin otra actividad que contemplar el horizonte perdido y brumoso de la playa que se extendía más allá de su mirada. Abrió el paraguas. Pero para entonces le habían nacido aletas en los pies. Posándolo en la arena, se dispuso a abrazar el oceánico universo de algas y olas.

jueves, 25 de agosto de 2016

Microrrelato serie mujeres


LA LLAMADA DEL DESTINO

¿Crímenes perfectos? Claro que los había, todos los no desvelados, y ella, ella había cuidado cada detalle: la denuncia interpuesta hacía veinticuatro horas en comisaria, los dos billetes de avión con destino a las islas Fiji donde tenían previsto pasar un mes de vacaciones, hasta la noticia infalible de su embarazo, "ya ve qué desgracia, inspector, justo ahora que esperábamos un bebé". Bajo una estudiada aflicción, la ex top model contestaba a las preguntas del sabueso Solís, "sí, señor, en abril hizo tres años que nos casamos. No, salvo ésos que le digo que le querían comprar la finca de La Solana, no tenía enemigos", cuando tras el armario empotrado del lujoso ático en el que vivían sonó, como venido de ultratumba, el "ta ta ta tá" de la Sonata de Otoño de Vivaldi, a la que su estúpido y rico y ya entrado en años marido, se había aficionado en los últimos meses. La llamada del destino, le llamaba él a a esta composición. En su estricta meticulosidad por hacer desaparecer todas las pruebas, los sicarios que había contratado le habían emparedado con todo lo puesto, incluido su móvil de última generación.


miércoles, 6 de julio de 2016


Gelín habla con su pierna




Gelín se recoge con una pinza la pernera izquierda del pantalón del único traje que tiene con sumo cuidado, casi con reverencia, plisando la tela como si cerrara un acordeón. En la mesa están dispuestos los gladiolos que cortó la tarde anterior en la huerta, poco después de enterarse de lo de Carlines. Con ellos en una bolsa, apoyado en las muletas, más solemne y curiosín que otros días, se dirige al camposanto como todos los sábados desde que aquel aciago quince de noviembre, hoy hace dieciocho años, el tren de la FEVE le arrollara la pierna.
En la cuesta se encuentra con la tía Pascua, enterona y revieja, que vuelve del cementerio.   
–¿Qué, Gelín, ya vas?
–Sí, ya voy –contesta él.
–¿Se sabe algo nuevo de Carlines? –al oír la pregunta Gelín se para en seco.   
–No, nada, yo al menos no sé nada.
–Boniticas flores llevas hoy… los tuyos te lo agradecerán.
–A ver –dice por decir algo y continúa su trayectoria.
Pero lo cierto es que Gelín no lleva las flores a los suyos, las lleva a su pierna, enterrada también en el panteón familiar, a quien cuenta sus confidencias. Claro que de esto ni media a nadie no le vayan a tomar por loco y encerrar como hicieron con Manolo la temporada que le dio por decir que veía vacas en las paredes de su casa. Además, conversar con su pierna no cree que sea ninguna rareza, sino algo de lo más natural, algo que, desde luego, él tiene de lo más asumido. Hasta la ha puesto nombre de mujer, Paca la llama por su semejanza con pata, y ella le contesta, le da prudentes consejos, “Esto es lo que tienes que hacer Gelín, esto es lo que más te conviene”, que unas veces sigue y otras no. En alguna ocasión también discuten, como todo hijo de vecino, no todo va a ser miel sobre hojuelas. Pero en los dieciocho años que llevan separados se puede decir que se llevan bien, o muy bien. La pierna es su alter ego, le entiende, le comprende y sabe tanto de él, a veces más, que él mismo. En todo caso, Gelín está convencido de que esa conexión especial que tiene con su pierna a él le hace bien, y que lo que es bueno para uno no puede ser malo en general.
Para festejar la mayoría de edad de Paca, hoy Gelín, que es un adán para las plantas, le lleva unos gladiolos que ha cuidado con esmero durante semanas, pero en vez de sentirse contento, se nota raro, revuelto, “amurriau”, sin ápice del entusiasmo que le ha acompañado estos días. Y no se lo explica. No cree que se deba al recuerdo de aquel mediodía aciago en que la mula que acababa de comprar se trabó inamovible en la vía, y allí quedaron la mula y la pierna, ni a la evocación del entierro que días después le hicieron a ésta última y al que asistió, todavía dolido de un miembro que no tenía, como si de un hermano menor o un hijo se tratarse, pues ambos episodios los ha rememorado tantas veces que los tiene como desgastados. Pero el run run no se le va.
Como no sabe de disimulos posa las flores en la lápida sin decir palabra.  
Es Paca la que le habla, le pregunta.
¿Qué te cuentas?
Poca cosa, ya eres mayor de edad.
Sí, dieciocho años que han pasado sin sentir.
Pues a mí a veces me dan ganas de dejarlo todo…, el huerto, la partida de dominó en el Carulo con esa panda de viejos gruñones, los vinos de la tarde, y venirme de una vez por todas a descansar contigo.  
Uyyyy como estás hoy, esos nuberus… 
¡Qué nuberus ni que hostias! contesta a la defensiva.
Cruza un silencio de ángel, secundado por el sonido apaciguador de olas. 
Bueno… Paca carraspea ¿Alguna novedad?   
El Carlines, que le dio un flu. Le llevaron pa Oviedo. Los vientos del pueblo dicen que se recuperará, y ya sabes que los vientos del pueblo siempre o casi siempre aciertan. Pero también dicen que hay que esperar.   
¿Y no crees que ya va siendo hora de que hagáis las paces? Os vais a morir y cada uno por vuestro lado.
¿Con ese orgulloso y ruin? ¡Quita por Dios! Mira que enemistarse por nada.
¿Por nada, dices? Uhhhhh…
Gelín rememora el día del enfado. De la misma quinta, Carlines y él habían ido a la escuela juntos, y aunque en ocasiones se chinchaban y rivalizaban, habían compartido juegos y deberes y algún que otro castigo.  Y vinos de mayores en la taberna, al finalizar la jornada, hasta el día de la broma gorda que Carlines no le volvió a dirigir la palabra. Ocurrió en ese mismo escenario una noche de finales de octubre y de recogida de ogle. Se había tomado unos cuantos aguardientes en el bar Carulo y en vez de irse a dormir a casa decidió bajar a la playa para nada más clarear ponerse a la faena. Esos días la mar era generosa como una madre y arrastraba montones de algas a la costa. Pero al llegar al camposanto, situado en un recodo de la playa, le entró sueño. Entonces decidió descansar un rato al abrigo de las tumbas. Buscó la de su tío Chuchu, cerca de la tapia, a la que tenía apego, y se echó encima, mirando las estrellas. Con el batir relajante de las olas se fue quedando dormido. Hasta que oyó en medio de la noche y como una profanación un crujido de la puerta. Se asustó al principio, pero al ver la silueta inconfundible de Carlines, flaca como un fideo, purridera en mano, el miedo se trasformó en indignación, “Ay que joderse este husmias que quiere atrapar las algas para el solo”. Entonces se le ocurrió. Se coloco detrás de la tumba, puso las manos a modo de embudo y dijo con voz profunda, gutural, impostada:  
–Carliiiiiines, que no has sido buenooooo….
En medio de la noche cerrada su voz sonó como un eco ominoso y terrible. Carlines reculó asustado. Y repitió de una forma más profunda y  terrorífica si cabe:
–Carliiiiiines, que no has sido bueeeeeeeeno….
Carlines echó a correr, y al salir del cementerio quedó atrapado por una zarza, que le sujetaba por detrás como una mano invisible.
Entonces repitió con voz más horripilante.
–Carliiiiiiines, arrepiéeeeeeentete.
–Ahhhhh– grito Carlines aterrorizado–  Perdón, perdón, padre, por gastarme la paga en juergas y en mujeres de mal vivir. Ya sé que no lo soportabas, pero no me martirices más y suéltame.
Gelín vio en la penumbra el rostro inundado de sudor de Carlines mientras hacía denodados esfuerzos por desasirse. Cuando por fin lo logró huyó cuesta abajo como si le llevaran todos los demonios. 
Gelín no paró de reírse hasta que amaneció. Luego bajó a la playa y cogió el mayor cargamento de algas de su vida. Cuando hubo terminado la faena, vio plantado delante de él, purridera en mano, al Carlines.  
–¿Te creerás tú muy gracioso?
–¿Yo? ¿Por qué?
Carlines le mostró la purridera y se dio cuenta, por una mella que tenía en una punta, que era la suya. Con el susto y la carrera, Carlines debió abandonar su herramienta de trabajo y él, equivocadamente, la cogió dejando la de su propiedad en el suelo, donde finalmente la encontró el amigo.
–No me vuelvas a dirigir la palabra en la vida –y dándole la espalda se largó.  
Hasta ahora lo había cumplido.
Un tarareo irónico de la pierna le devolvió al presente.
Bueno, Paca, ¿qué culpa, digo, tengo yo de que creyera que la zarza era la mano de su padre, con el que siempre se llevó a matar? 
Pues bien que te mofaste.
Tal vez un poco, pero no sé qué quieres que haga ahora.
Pues ir a verlo.
No me recibiría.
Sí lo haría. Llévale rosquillas que ya sabes lo goloso que es. Las rosquillas le dejaran indefenso. Y licorín casero. Y tabaco, rubio, dos cartones.
Joder, ya podía fumar cuarterón como los demás.
El agravio tiene un precio. 
Bueno, ya veré, no te garantizo nada.
Pero lo cierto es que Gelín ya está calculando los horarios del coche de línea que sale mañana para Oviedo. Cogerá el de primera hora. Aunque antes tiene que comprar el tabaco en el estanco y las rosquillas en la panadería de Chelo. El licor lo tiene en casa. No le queda mucho tiempo. Se despide con prisa.  
Bueno, Paca, entonces hasta el sábado.
Antes de alcanzar la puerta del camposanto escucha una voz como procedente del más allá que le hace dar un bote.
Geliiiiiiiiin…
 Se gira buscando la procedencia de la voz. No la encuentra. De pronto oye un sonido como de cascabel y se da cuenta. Regresa a la tumba.
Hostias, Paca, me has dado un susto de muerte.
La pierna no cesa de reír.
–¡Te creerás tú muy graciosa! ¿Qué coño quieres?
Entonces se da cuenta de que justo esas mismas fueron las que pronunció Carlines el día del enfado. Se echa a reír, ríen los dos.
Que gracias por los gladiolos, hombre, ah, y que no quiero volver a escuchar eso de que vendrás aquí conmigo, ya lo sabes, la eternidad es muy larga y a ver quien sino me da novedades de lo que pasa en el pueblo.
Parco en palabras, Gelín no contesta, pero abandona el camposanto con una media sonrisa y sin ápice del peso inexplicable que traía.


Sol Gómez Arteaga


NOTA: Relato publicado en la revista anual que edita el Ayuntamiento de Gordoncillo. León. Junio 2016. 

jueves, 23 de junio de 2016


Esas cosas


Quiero escribir un poema
que se diga
como quien abre con las manos un cofre imaginario
y encuentra en su interior
retazos de infancia,
un vestido de soles ondeado por el viento,
el pozo pegado a la caseta de adobe,
algunos tesoros enterrados en las eras
bajo botellas rotas,
-hablo de ajos de cigüeña,
margaritas,
caléndulas aderezadas con hierba,
esas cosas de escaso valor económico,
aunque sí sentimental-,
y que se estire,
también que se estire,
como una tira de cromos
asida por las puntas.

Quiero escribir un poema
que nombre esdrújulas amables,
brócoli, mágico, utópico, 
que suene a música lejana de piano,
que describa, y esto es importante,
un viso de luz
prendido en un visillo a mediodía.

Un poema que diga
estos girasoles no son disléxicos,
ven perfectamente,
ven, creedme, de verdad verdadera.

Un poema que hable
de lo fáciles que resultan las cosas de la vida,
cosas como caminar,
 respirar, comunicarse, omitir,  
hasta escribir un poema
sin rimas,
sin pausas,
sin pretensiones,
libre, 
casi autómata.

Siempre estás en la luz














Siempre estás en la luz,
la del mediodía
que dibuja visos blancos
en cuartos interiores.
Siempre estás en la luz,
la de la risa,
la de las sensaciones buenas,
la de hechos tan traquilos
que caen de su peso
(¿a qué preocuparse sin motivo?).
Siempre estás en la luz
que vibra en la horizontal línea de mar
cuando se acerca la noche,
y en puestas de sol y fuego.
Siempre estás en la luz,
aunque ya no estés,
y en una esquina de mi corazón
mientras siga latiendo.
Me obsequiaste con una lamparilla
de colores,
que quedó encendida,
y como luciérnaga
alumbra,

sábado, 18 de junio de 2016


Restos


Mañana de domingo,
De abigarrado Rastro,
En busca de ese objeto
Desconocido aún,
Que de hacer contacto con nosotros, 
-Pero no sé, no siempre,
Se tienen que dar las circunstancias,
La luz-,
Llenará un vacío,
Una existencia,
Unas horas.
Buscadores de sueños de segunda mano,
De vidas ajenas,
De reclamos de otros.
Y restos,
Fundamentalmente
De restos.

domingo, 12 de junio de 2016


Este poema, que no sé si es poema, tiene una historia. 
Hace algunos años me enteré que el maestro de Villaornate, Tomás Toral Casado, natural de Valderas, León, de 36 años, "paseado", pero no, asesinado sin eufemismos y de forma atroz en Villadangos del Páramo el 17 de octubre de 1936 por difundir cultura, había dado sus zapatos nuevos a un pobre que pasaba por la puerta de su casa, detalle que me dejó "tocada" y sorprendida pues no lo entendí, aunque tampoco pude olvidarlo. 
Más tarde conocí a su única nieta, Susanna Toral, inquieta, generosa, luchadora... y pasaron más cosas, mientras yo seguía de vez en cuando dando vueltas en mi cabeza a ese gesto del maestro. Y un día, como ocurre con todo lo que brilla con luz propia, tuve la revelación: lo suyo fue un acto de amor al prójimo, de entrega, de generosidad. De tal pasta estaban hechos aquellos hombres del 36. Llegar a esta epifanía me llevó años, y lo plasmé, finalmente, en este poema publicado por Astorga-Redacción dentro del contexto de las Jornadas Republicanas, las novenas, que se celebran en dicha localidad. 


El maestro que da sus zapatos nuevos



Es el año 33
Un pobre pasa por delante de la puerta del maestro,
Va descalzo,
Pide,
-Ésa es, indefectiblemente, muchas veces la misión de los más pobres-.
El maestro al verle se mira los pies,
Contempla sus ajados zapatos,
Se da cuenta, en ese preciso instante, se da cuenta
De que él al menos los tiene,
Y evoca el par, -negros, flamantes, de cordones, impolutos-
Que hace unos días compró en la tienda de calzado.    
Los mejores que tenían en esos momentos,
Pues a pesar de que el maestro es un hombre sencillo,
Un hombre sin aspiraciones materiales,
Siempre ha oído,
-Y eso se le ha quedado grabado, qué cosas -,
Que las personas todas,
Se visten por los pies.
Entra en casa,
Saca los zapatos de la caja,
Y se los entrega al pobre
Que atribulado los mira.
“Pero señor, son sus zapatos nuevos, no los puedo coger”. 
“Usted no tiene culpa de ser pobre,
Yo tampoco de tener dos pares de zapatos,
Deme la oportunidad”.
Y es tal la insistencia del maestro para que los coja, 
Tal su mirada de súplica
que el pobre marcha con ellos puestos.

El maestro entra de nuevo en casa,
Ve la caja vacía,
Y  se siente pleno por dentro,
Nada ni nadie, ni siquiera cuando a la hora de la comida su mujer le reprende por su acto,   
“Qué has hecho”, le dice,
Y “estás loco”, le dice,
Y “mira que dar al pobre tus zapatos nuevos”, le dice,
Y “sabe Dios cuando podremos comprar un nuevo par”, le dice,
Puede enturbiar su íntima,
Inexpropiable,
 -no solo de pan vive el hombre-,
Felicidad.  
El maestro se llama Tomás Toral Casado,
Es de Valderas,
Tiene 33 años
Da clase en Villaornate cuando tres años más tarde
Le ocurre lo peor
Que le puede ocurrir a un hombre,
Sea maestro, arquitecto o pobre. 
Pero esa es la segunda y última parte de la historia,
Y yo quería contar ésta,
Que pertenece al legado-semilla de historias
De un país
Que un día
Soñó
Primavera. 





Paseo en malvas 
                           sobre 
                                     fondo gris.

El aire aquí huele distinto. Huele a hojas de castaño, a humedad, a hierba segada, a laurel, a mar,  a "cucho", también a tiempo suspendido. De fondo se oyen, en un eco continuo, las esquilas de las vacas que descansan en ociosa compañía de gaviotas y verderones. Cuera ha amanecido hoy rodeado de un cinturón de bruma. Al llegar al pueblo que parece de cuento por muchas cosas, (mañanga, bolera, aguacate milenario, lavadero), pero sobre todo por el castillo omnipresente, hacemos parada en el casino en el momento justo en el que las campanas de la iglesia anuncian bajo un tic, tic, toc incesante, atronador, la fiesta de la Sacramental, perpetuidad de la tradición. A las salida nos detenemos un momento en las escuelas construidas en el veintinueve como consta en su fachada, siempre me llamaron la atención sus escaleras encaladas, lo mismo que sendos carteles de niños, niñas. El camino que sigue está plagado de eucaliptos viejos y de eucaliptos jóvenes que crecen como la espuma entre campos de helechos. Así alcanzamos la costa y continuamos andando por caminos rasurados y estrechos y zinzagueantes a cuyos lados crece incesante, tremenda, la hierba, mientras nos acompaña, para mí es lo más gozoso del trayecto, la línea de mar. Recorrer una vez más este paraje triángular formado por los pueblos Poo, Porrua, Celorio, reconforta y llena de recuerdos, de evocaciones (¿te acuerdas que aquí es el sitio de estercolar o en ese lugar había una discoteca donde en los años setenta, era tal la afluencia de gente, que sacaban el dinero en bolsas de basura o...?). Agradecer a Pirulin, apodo que le pusimos al raitán, pero también al caracol y al caballo indio, su generosidad por posar largo y tendido.
(4/6/16)