domingo, 31 de enero de 2016

Hilvano palabras











La palabra perdón, dijo el poeta, está hecha para ser pronunciada hacia aquellos que mataron un amanecer lluvioso de un tiro en la nuca.

La palabra lluvia está hecha para dibujar los contornos de las lágrimas de aquellos que esperaron con fervor la reparación tanto tiempo negada.

La palabra fervor está hecha cuando uno comprendió que lo que tenía que hacer era levantarse, luego andar.    

La palabra comprensión es una palabra grande que contiene en sí misma sentimientos tales como amor, empatía, solidaridad, y que por eso debería escribirse, creo yo, como un nombre propio, con mayúsculas.

La palabra pan, en cambio, parece poca cosa, pero al estar hecha para quitar el hambre esencial de cada día, debería escribirse también con mayúsculas. Así diríamos “Los besos en el Pan”.

La palabra beso está hecha con la suma de todos los deseos.

La palabra deseo está hecha para aquellos que enredan sus yemas y miradas y bocas en cualquier esquina que, silenciosa, atesora sus susurros.

La palabra silencio está hecha de todas las posibilidades, como un nonato en el útero materno.   

La palabra madre la conforman todos los arrullos azules que nos procuraron. En la palabra madre está contenida, claro está, la palabra mar.

Y el mar... El mar está hecho para ser sentido como un soplo de aire fresco en las costuras de la arena donde poetas locos escriben efímeros versos que hablan de nubes, de alpendes, de paraísos perdidos, y hasta de sapitos. 

Podría seguir con palabras distintas a perdón, a lluvia, a fervor, a comprensión, a pan, a beso, a deseo, a silencio o posibilidad, a madre o mar, a paraísos perdidos, a sapitos, y tal vez lo haga, tal vez siga en otro momento, hilvanando... las palabras. 


(Foto cedida por Carmen Ruiz Mesa).


















martes, 19 de enero de 2016


Reflexiones acerca de una lámina.



Esta lámina me gusta. Y como todo en la vida tiene su historia, aunque sea minúscula.
La adquirí la tarde del 12/9/13 que visité con mi sobrina el Museo Sorolla y el Museo Romántico. Ambos son dos lugares recogidos y céntricos de Madrid que evocan una época pasada y que recomiendo mucho.
Forma parte de un cuadro más amplio en el que al lado de la niña aparece una joven, también de espaldas, también vestida de blanco. Pero a mí esta imagen sesgada me gusta casi más que el cuadro entero. Con la fotografía también me pasa, cuando capturo una parte del todo el detalle capturado a veces gana en intensidad.
Pero la lámina me gusta especialmente porque veo en ella mi infancia.
Es verdad que yo soy de tierra adentro, pero el horizonte de Castilla, ése en el que la tierra se pierde en la lejanía, es como un mar. Y yo adoro el horizonte, sea de mar o de tierra, sea azul u ocre, o rojo de amapolas, o verde de hierba, o amarillo, de cebadas preñadas, antes de la siega.
La niña, de espaldas, mira al futuro, mientras su mano está asida a la mano protectora de la joven, en la que yo veo, -la interpretación es libre-, a mi hermana, que tantas veces me llevo y me trajo, me trajo y me llevó y me sacó de apuros.
Veo también que la niña necesita bucear sola, -enseguida se soltará-, por esos caminos y veredas y rincones del paisaje acuático o terrestre, -igual le da mientras sea horizontal-, que le ofrece la vida.
Sorolla y sus niños nadando, Sorolla y sus mujeres solitarias, cotidianas, con sombrilla… Aceptaré, aunque me fastidie, ese punto romántico que a cada paso se me presenta con imágenes con las que me identifico.
¿Qué más puedo decir de la lámina? Pues que casi nada es casual y que mi hermana, no podía ser de otra manera, la enmarcó en un marco sencillo, sin barnizar, lo mismo que lo hizo con otra… también de Sorolla.
Gracias, Mila Gómez Arteaga, por estar ahí día tras día aunque creas que no te hago mucho caso, como ahora que acabas de llamar…, es que estaba escribiendo esto.

Microrrelato serie mujeres.

















Ella, adolescente, rompió todas las cartas literarias que él le mandó con un remite falso mientras cumplía el servicio militar, pero en vez de tirar los trozos a la basura los depositó dentro de una carpeta gris oscura que guardó durante años en el desván, entre pilas de libros de texto y apuntes olvidados. Un día, pasados miles de años, las recompuso. Fue una ardua, meticulosa tarea de la que se siente orgullosa. Para su mejor conservación las metió, hoja por hoja, en plásticos y las conserva en una estantería de la habitación, al alcance de la mano. Casi nunca las lee. No lo necesita. Lo que ella no puede olvidar es el párrafo memorable, entre otros muchos -él es para ella un gran escritor, aunque las más de las veces solo escriba a oscuras en el techo de su habitación-, que decía:
-"Princesa, ¿qué te sugiere el mar? No les mates, por favor, déjales vivir, que la vida les mate poco a poco".

Paseo por la Zamorana












Los mejores momentos para hacer fotos de paisaje son las primeras y las últimas horas del día, donde la luz es más cálida, suave, y nos regala preciados contrastes de sombras recortadas sobre tapias y lomas.
Con el relente y un cielo propicio, nos disponemos a recorrer esa senda que en mi pueblo recibe el nombre de Zamorana, también llamada senda del colesterol. Como no ha helado durante la noche la temperatura es aceptable. Durante el trayecto no vemos ni un alma. Saludamos a los tímidos caballos, a las esquivas águilas que al divisarnos huyen de la copa pelada del "arbol de las estaciones", a los mirlos que nos amenizan el paseo con sus intermitentes cantos, y declinamos la invitación que nos brinda el embarrado camino que conduce a la alameda de Coles flaqueada por su inseparable compañero, el teso Trasderrey. Dejamos a un lado la destartalada fábrica de Harinas de Varela, pasamos el puente de hierro, cuya agua, como una madre generosa y gastona, viene crecida, y seguimos por la vega Sanfagún disfrutando de las pozas, de los nogales sin nueces, de los frutos consumidos de los platanares, de los escaramujos helados, y de esas casetas de fantasía, auténticas reinas del campo, que se nos ofrecen como un regalo en medio de tanta y tremenda horizontalidad. Torcemos por la carretera de Campazas, donde vemos recortarse la silueta fantasmagórica de lo que otrora fuera el bastión de las Siete Villas, y nos adentramos por un camino vecinal y plagado de charcos que nos conduce a otro puente, éste de cemento, vislumbrado desde abajo. Llegamos al pueblo por su lado norte, siete kilómetros en total de andadura valderina que para el caminante venido de fuera, necesitado de aire y de paz y de silencio, tiene el efecto de un bálsamo reconfortante y sanador.

miércoles, 13 de enero de 2016

Escribir a la deriva o un intento de seguir el pensamiento 



Escucho una  música estridente, aflamencada, que sale de los altavoces de un coche que está entre el seminario y “gatito”, oigo un ladrido de los perros. Es entonces cuando me viene a la cabeza la consigna de Magdalena para estas navidades, “escribir a la deriva”, lo llama, que consiste en ir por un sitio inusual y fijarte en algo que, no sabes porqué, te llama la atención, entonces te dejas llevar por lo que ese algo te sugiere y un pensamiento te lleva a otro y éste a otro…
El trayecto que va de la librería de Pili a mi casa, calculo que habrá unos cien metros, no es precisamente un trayecto inusual en mi vida, por él he pasado cientos de veces, pero es un trayecto como cualquier otro, por eso respiro hondo, me concentro, me dejo llevar por los sentidos. Ruido de persianas que se abren y sonido de pájaros y,  a lo lejos, el ladrido de los perros que no cesa, más persianas que se abren, zas, zas, con violencia, “¿Te ha tocado la lotería?”, todavía resuena en mis oídos la voz de Eduardo en la librería de Pili mientras compraba el periódico, “A eso vengo”, he respondido lacónicamente con El País en la mano, y aunque yo sé que no, que es improbable, obedezco el mandato de Miguel de comprar el periódico antes de que se acaben, porque ver los boletos con los resultados de la lotería se ha convertido en una costumbre como otras muchas que conforman nuestra vida. Esa casa blanca con el zócalo gris de piedra que hay al lado de la farmacia a todo el mundo le gusta menos a mí, me parece tan fría como una funeraria, hace frío, duelen las puntas de los dedos de frío y me deslumbra la luz del sol que se refleja la carrocería de un coche. Miro el cielo, está azul, de un azul cielo homogéneo y sin matices, en el cielo azul veo, muy lejos, un avión diminuto que arrastra una diminuta estela blanca, y me recuerda mi infancia, esa etapa de mi vida en la que todavía todo estaba por pasar, en la que todavía todo era una posibilidad y el paraíso no estaba irremediablemente perdido. En ese avión de mi infancia que de vez en cuando surcaba el cielo de mi pueblo yo podía viajar a Honolulu o a Jamaica, (recuerdo la fijación que tuve una temporada con Jamaica cuando un domingo tortillero un chico guapo a rabiar apareció en bici sobre el puente de la pradera Calahorra diciendo que era de Jamaica), o a las islas Maldivas o a las Fijhi o cualquier otro lugar, CUALQUIERA, de nombre extraordinario, ahora en cambio estoy anclada a la tierra, y mientras recorro aprisa el trayecto que va de la librería de Pili a mi casa, apenas cien metros, sé que no hay ningún viaje previsto a ningún país exótico, ni lo habrá a corto plazo, lo sé y lo acepto, posiblemente si fuera posible no lo querría, las vacaciones (éstas y las próximas y las siguientes )  ya están cogidas para estar con mi familia y liberar un poco física y psicológicamente, es mil veces peor el peso psicológico al físico, a las mujeres de mi casa de la tarea de atender a mi abuela, aunque también sé que enseguida me cansaré y querré volver a Madrid, que para mi sigue siendo tan extraordinario como el primer día. Merche decía que soy la eterna pueblerina para la que andar por Madrid es siempre una fiesta y es verdad. Que dure mucho.
La cabaña hecha de troncos de madera del parque no me provoca ningún sentimiento, el camión gigante que está aparcado a la derecha es el de X, mala gente todos ellos, en la cabina hay una  placa con el nombre de Z, Z es la novia del hijo de X, es guapa Z, más que guapa yo diría que es lozana, como de belleza antigua, y tan joven,  él un zoquete, ahora se quieren, el amor no hace distingos, se casarán seguro y tendrán hijos, no muchos, uno o dos, a lo sumo tres, y se seguirán queriendo cuando pase el tiempo, claro que de distinta manera, más por necesidad o costumbre, y la chica conservará su belleza lozana, fresca e inocente durante muchos años y engordará seguro.
Al doblar la esquina veo otro camión que por fuera pone jatos vivos, oigo mugir los jatos, es un sonido que se me antoja doloroso y violento, los jatos  encerrados dentro del camión me recuerdan a mi madre. El peso psicológico de la tarea.
Abro la puerta de casa, la cafetera borbotea, "Ya estoy aquí", digo, "¡Ves que pronto he venido!" Mi madre, que espera, que no ha hecho otra cosa en la vida que esperar, dice algo, el reloj marca las diez en punto, poso el periódico en la poyata, enciendo el calentador, busco la palangana,  la esponja, el jabón, entro en la habitación de la abuela, mientras subo la persiana hasta arriba le digo "Buenos días señorita, ¿qué tal has dormido?", entonces  ella abre sus ojillos cansados y me mira como diciendo tu quien eres y me reconoce a medias “Bien, no nos podemos quejar”, y mientras le quito el pañal y recorro con la esponja su cuerpo blanco, ella empieza con esa letanía suya… "en estos instintos, en estos momentos, en estos encuentros"…que desde hace unos meses repite y repite.

(De enero 2008)




lunes, 4 de enero de 2016



Tréboles, tréboles






Tréboles para el año que termina y que empezó con palabras escritas en la arena pidiendo paz, pan, salud, esas cosas; tréboles para las cartas de amor que no llevan matasellos, tréboles para las exposiciones de arte en salas silenciosas y blancas, tréboles para los brazos que abrazan el pan, tréboles para las hojas-corazón que se mimetizan con la tapia gris y la humanizan, tréboles para la Memoria, tréboles para las habitaciones de hotel nunca habitadas, tréboles para las palabras que no se desgastan por mucho que se digan, tréboles para los puentes y las catenarias y el rizo de la ola, tréboles para las palabras escritas en paredes desconchadas de los arrabales pidiendo justicia, tréboles para las vías muertas del tren, tréboles para la escultura de la mujer vendimiadora que, cansada de trabajar, levanta la vista al frente de un azul inmenso, y ésa otra con el niño en brazos que representa a la maternidad con Mayúsculas, tréboles para los certificados de defunción de muertes no naturales que por fin salieron de los Registros Civiles, tréboles para las ventanas destartaladas de pequeñas ciudades de provincia, tréboles para la ropa tendida, tréboles para el olor amarillo de las mimosas, tréboles para las sonrisas, tréboles para las vidrieras de las catedrales y los sueños pendientes de ser soñados, tréboles para la luz del membrillo, tréboles para los viejos semanarios y las nuevas revistas poéticas, tréboles, más tréboles, para la Memoria, tréboles para los abrazos, tréboles para las hojas secas y, sin valor añadido, del otoño, tréboles para los adoquines desgastados, tréboles para los dedos que se tocan, tréboles para el escaramujo, tréboles para el mundo virtual que nos acerca, tréboles para paseos fotográficos con niebla, tréboles para la paz de los cementerios y sus ángeles blancos, y esos otros, caídos o negros, tréboles para navajas en manos que parten y bien reparten, tréboles para la amistad, tréboles para los caballos del tiovivo que evocan paraísos perdidos de la infancia, tréboles para la Puerta del Sol otro año después…., tréboles, tréboles… para el año que comienza.